martes, 20 de marzo de 2007

Entrega de Premios a miembros del Taller de Cartago

El Taller de Cartago se complace en invitar a los lectores de este blog a la ceremonia de premiación del Sexto Concurso Interno de Poesía y del Sexto Concurso Interno de Cuento del Club de la Pluma del Ganso ya que durante la misma Mónica Suárez, María Ella Gómez, María Eugenia Rodríguez Gaitán y Nataly Montiel recibirán de manera oficial, respectivamente, 1er, 2do, 3er lugar y Mención del Concurso de Poesía y Mónica Suárez recibirá también el 1er lugar del Sexto Concurso Interno de Cuento del mismo Club.

La premiación se hará en el marco del desayuno mensual del Club de la Pluma del Ganso correspondiente a abril. Si se desea, el buffet tiene un costo de 120 pesos para beneficio del Club y no es obligatorio su consumo.


Sábado 31 de marzo de 2007
10:00 hrs.
Hotel Vía Veneto
Tlalpan 1561
(dirección norte-sur)
Metro Ermita

Resultados del Taller de Cartago en los Concursos de Poesía y Cuento del Club de la Pluma del Ganso

Las poetas del Taller de Cartago, Mónica Suárez, María Ella Gómez, María Eugenia Rodríguez Gaitán y Nataly Montiel obtuvieron, respectivamente, 1er, 2do, 3er lugar y Mención en el Sexto Concurso Interno de Poesía del Club de la Pluma del Ganso.

Asimismo, Mónica Suárez obtuvo también el 1er lugar en el Sexto Concurso Interno de Cuento del mismo Club.

El siguiente es el detalle de los resultados:

SEXTO CONCURSO INTERNO DE POESIA DEL CLUB DE LA PLUMA DEL GANSO 2007
Jurado: Antonio Delgado y Dolores Valdepeñas

Primer lugar: "Todo es fuego", de Brasa Eterna
Segundo lugar: "Mar saturnal", de Thera Jaime
Tercer lugar: "Otoño oficiante", de Josefina del Bosque
Mención: "Tu huella en la sombra de mis dedos", de Edith Hidalgo

Brasa Eterna es Mónica Josefina Suárez Romero (Taller de Cartago)
Thera Jaime es María Ella Gómez (Taller de Cartago)
Josefina del Bosque es María Eugenia Rodríguez (Taller de Cartago)
Edith Hidalgo es Nataly Montiel (Taller de Cartago)

Febrero 2007


SEXTO CONCURSO INTERNO DE CUENTO DEL CLUB DELA PLUMA DEL GANSO 2007
Jurado: Rodrigo Quijada y Antonio Delgado

Primer lugar: "Laura Luna", de Mitzi
Segundo lugar: "La ronda", de Abra Palabra
Tercer lugar: "Clavadista", de Ometeotl

Mitzi es Mónica Josefina Suárez Romero (Taller de Cartago)
Abra Palabra es Queta Navagómez
Ometeotl es Adán Salgado Andrade

Febrero 2007

Los resultados fueron divulgados el pasado 7 de marzo mediante correo electrónico por Dantón Chelén Franulic, Editor de la Revista La Pluma del Ganso y director del Club de la Pluma del Ganso.

Laura Luna (1er lugar, cuento)


-La noche en que naciste, te comiste a la luna, por eso tienes esos ojos tan grandes -le había dicho su madre desde niña.

-Ayer volviste a caminar dormida. Te encontré en el patio. Por las noches tendré que echarle llave al zaguán, no te vayas a salir un día y te pase algo. Francamente no sé de dónde sacaste lo sonámbulo: en mi familia no hay ninguno, tampoco en la de tu padre que yo sepa. ¡Y ya ves, todos tus hermanos son normales!

Laura no escuchaba ya la voz de Mercedes, recordaba la enorme masa blanca resbalándose por su cuerpo, el fino polvo húmedo, la claridad azulada componiendo infinidad de nuevas melodías.

-Apúrate con esos platos, no tengo donde poner los otros. ¡Laura! ¿Otra vez soñando despierta? ¡Ay niña, no sé a quién saliste!

Laura podía pasar las noches enteras frente a la ventana abierta de su cuarto mirando el disco de plata, su halo apenas perceptible danzando suavemente en el fondo azulado, podía sentir aquel cosquilleo que siempre la hacía estornudar.

Algunas noches la luna no se veía, en esas ocasiones cerraba los ojos y en su interior rodaba: lenta, fresca, brillante. ¡Si pudiera regresar a ella!, sería feliz. El mundo le era ajeno, sólo una sucesión de minutos sin sentido, un lugar absurdo en donde la gente parecía perdida.

-¡Ay, comadre! No sé qué le pasa. Siempre ha sido muy rara, desde chiquita era diferente. Ya ve lo que pasó en la primaria, sus maestros pensaban que algo andaba mal con ella, no era buena alumna, su maestra de tercer año nos dijo que toda la vida estaba distraída. A veces me arrepiento de no haberle hecho caso de meterla a una escuela especial; pero, José y yo pensamos que simplemente no tenía cabeza para la escuela, a muchos les pasa y no están enfermos. ¡Me preocupa tanto! No se crea, bien que me doy cuenta de lo que dice la gente y la verdad es que muchas veces yo también creo que está loca, hasta sus hermanos la rechazan. No se comporta como cualquier muchacha de su edad. Ya tiene dieciséis años y no le llaman la atención los muchachos ni los vestidos bonitos ni las fiestas, casi ni sale. Además, me da pena hasta decirle; pero por las noches, la he visto varias veces en el patio con la boca y los brazos abiertos hacia arriba, como si esperara algo. Cuando era niña, le decía de juego que cuando nació se comió a la luna; la tonta se lo creyó, me imagino. A veces me siento culpable. Aunque la verdad es que, fíjese usted: cuando ella nació pasó algo extraño. Esa noche había una luna tan grande que parecía estar adentro del cuarto, encima de mí, lo recuerdo bien porque me asusté. El parto fue tardado y doloroso, como si la niña no quisiera salir, la sentía encajárseme entre las costillas, muy arriba y cuando por fin la criatura salió, vi a la luz de aquella luna tan blanca, como que le faltaba el aire y luego vi clarito, le juro, comadre, clarito, como una nubecilla de aquel polvo blancuzco se le metió por la boquita y los ojitos, porque Laura nació con los ojos abiertos, bien abiertos, y fue hasta entonces cuando soltó el chillido, fue algo muy raro. A lo mejor nada más fue una figuración; pero nunca se lo conté a José, ni a nadie. La verdad, comadrita, ya no sé qué hacer con ella, cada vez me da más miedo.

Tenía meses que Mercedes evitaba salir con ella, pues también para los vecinos su hija era una enferma. Mercedes, se sentía señalada: la locura de su hija la llenaba de culpa, de vergüenza. Tanto ella como José pensaban con tristeza que su hija jamás podría llevar una vida normal. Cada día que pasaba Laura se mostraba más retraída y las escapadas nocturnas eran tan frecuentes que debieron turnarse para vigilarla por miedo a que le sucediera algo o provocara algún accidente.

La tarde en que fueron por ella, Laura repasaba, con las puntas de los dedos el contorno de la luna en un libro de geografía. Oyó detenerse una sirena en frente de la casa, al principio no le prestó atención; su madre la miró de forma extraña, parecía nerviosa, exaltada. No obstante, Laura permaneció tranquila con el libro en las piernas. Cuando dos hombres la sacaron de su casa, Mercedes le aseguró: Es por tu bien, vamos a ir a visitarte.

En aquel horrible lugar los días eran eternos. Pronto comprendió que era distinta hasta de las locas: sus miradas perdidas; las frases incoherentes que de pronto surgían entre sus gritos, la espantaban; sobre todo cuando aquellas crisis se transformaban en violentos ataques que se estrellaban como olas embravecidas contra arrecifes invisibles. Aquel sitio perturbador le causaba pánico; sin embargo, había logrado construir un mundo propio. Se aislaba lo más posible; muchas veces lograba engañar a las cuidadoras y no tomaba los medicamentos; constantemente se fingía dormida: cerraba los ojos y se aferraba a lo único conocido: el mar blancuzco rodando por su cuerpo, entremezclándose en sus pulmones, tranquilizante, frío como nube deshebrada en donde podía refugiarse hasta la noche, entonces todo cobraba sentido pese a los pasillos sucios, estrechos, mal olientes; las camas casi una encima de la otra; los gemidos de sus compañeras delirantes; la malla de alambre cubriendo las ventanas; la estrecha vigilancia; el temor a ser descubierta mientras se bañaba de luna en un reducido patio, del cual había robado una llave, mientras se la bebía o la acariciaba escapando del encierro, venciéndolo porque se iba lejos de allí, de ese tiempo, del espanto, del dolor que le provocaba el que sus padres la hubieran abandonado allí.

A veces, un pensamiento martillaba su cabeza: Tal vez mis padres tuvieron razón al recluirme por tener a la luna adentro, después de todo por qué más pudieron encerrarme, abandonarme en un lugar como éste. Nunca hice daño a nadie. Sólo soy diferente: la gente no quiere a las personas distintas, por eso estoy con las locas. La diferencia es peligrosa.

Lentamente el tiempo fue perdiendo su forma, los días se repetían sin fecha, iguales unos a otros en aquella pesadilla. El consuelo siempre se ocultaba en las noches, lejos de las manecillas absurdas de los relojes, de los sueños moribundos. No supo cuanto tiempo pasó allí.

Cuando regresó a su casa, comprobó que sin duda había sido mucho. Ella también había cambiado: su rostro endurecido por las experiencias vividas durante el encierro carecía ya de la tez suave, lustrosa; las curvas de su cuerpo no eran firmes; además todo había cambiado, sus hermanos se habían ido. Mercedes se hallaba postrada, envejecida, muy grave. Su padre se notaba cansado, parecía ser el único arrepentido por haber dejado que la llevaran al manicomio.

-Tengo a la luna dentro y no estoy loca –José la miró con sobresalto, mas no dijo nada. Jamás volvería a internarla aunque estuviera loca de remate. En cuyo caso, su locura parecía inofensiva, casi graciosa.

-La noche en que naciste, te comiste a la luna –su madre siempre se lo había dicho, ahora no podía hablar más, estaba como dormida dentro del ataúd gris perla: Mercedes callaría para siempre.

Las voces la arrancaron de sus pensamientos. El olor perfumado de los cirios, el café y el humo de los cigarrillos formaban un enjambre irrespirable. Laura hizo un gesto violento con las manos: como si quisiera arrancarse del cuerpo el ambiente pesado lo mismo que una losa. Todos estaban allí, sus cuatro hermanos con sus respectivas familias, su padre: todos la miraron fijamente, en sus ojos pudo leer el temor, la repulsión que les causaba. Sus miradas le oprimieron el pecho.

Necesitaba aire.

En silencio salió al patio de su infancia. Peinó el cielo con la mirada en busca del disco gigante y natural de la noche, sin embargo, no pudo hallarlo: cerró los ojos; el cansancio; la soledad de tantos años estallaron en un gemido. Por primera vez se sintió abandonada por lo único cierto para ella: era como si su luz se hubiera apagado de repente. Una lágrima se asomó entre sus párpados apretados.

Cuando regresó a donde yacía Mercedes, todos la vieron con espanto. Ella no se detuvo, pasó de largo sin mirar a nadie, en sus labios pálidos vibraba una sonrisa: nadie volvería a llamarla loca. Con lentitud abrió el ataúd y colocó sobre el pecho de su madre, un trozo brillante, pulido, de la luna que derramara momentos antes.

Mónica Suárez
"Laura Luna" obtuvo el 1er lugar del Sexto Concurso Interno de Cuento del Club de la Pluma del Ganso, México, 2007.

Todo es de fuego (1er lugar)

Todo es de fuego

I

Fuego:
otra vez las llamas
que se estiran
hasta alcanzar
la carne con sus lenguas.
Estructura de huesos
se calcina:
todo se desquebraja
y es ceniza.
Dentro de mí
surge el incendio.

II

Soledad de fuego
cenizas vierte,
llama que lame desconsuelo,
aire caliente,
llaga en el sueño,
brazos inertes.
Soledad de duelo
fuego me prende.

III

Ardo:
arden la piel y los recuerdos,
las brasas de los ojos que aún te miran.
Arde el silencio
en las palabras consumidas,
la pira de la lengua y el aliento,
el contorno de los labios, las mejillas.
Arde el órgano del pecho
con el cristal de tu nombre que se quiebra.
Arden todos los ángulos del cuerpo
y el alma que se escurre en sus orillas:
todo es de fuego
y ardo, hasta dormirme en la ceniza.


Temor de ser ave

Hay quien se espanta de ser pájaro,
de remontar los aires con las manos mutiladas
y en su lugar oscuras alas
regadas con la sangre del poema.

Hay quien le teme al pico curvo y carroñero
que hurga entre las vísceras del cielo
y en el infierno de ser rapiña y ave
sólo puede alimentarse de su verbo.

Hay quien se asusta del ruido de sus alas
cuando camina como albatros torpe y fiero
sin atreverse a deshojar el aire alterno
con graves aletazos de su verso.


Noche infinita

Qué tristeza sin centro deambula en las esquinas,
aletea en el viento estacionado,
en el coágulo de luz que se consume a sí mismo.

Qué triste lápida inicia este cortejo,
esta muerte metódica y precisa,
este golpear de ola en el recuerdo
de la soledad del mar de los espejos
que se resiste a ahogarse en la agonía.

Qué tristeza ha anidado en el hueco del pecho,
en la cuenca del ojo que carece de luna
y se convierte en noche perpetua
sin que ninguna luz bese su frente oscura.


Déjale entrar

Te llama,
desde la lluvia perpetua del diluvio,
desde el enjambre de estrellas que no alcanza.

Pinta su piel con tu silencio ardiente.
Es un ángel de fuego que te marca
con el pincel dorado de sus ojos
y ahoga su sed doliente entre tus labios.

Déjale entrar, franquear la sombra
de tu mortal y frágil paraíso.


La palabra

I

La palabra me brinda
el placer de rondarte.
Si mi piel fuera tinta
que pudiera marcarte
y mis ojos los libros
que en las noches abrieras,
me volvería alfabeto
para que me leyeras.

II

La palabra me apresa
y me da libertades.
Quién pudiera ser signo
que tu boca eligiera,
qué papel no sería yo
si tu pluma escribiera
la verdad de mi vida
con tu firma y tu huella.

III

Me convertiría en índice
de tus noches hambrientas,
pero soy sólo letra
que no incendia tu lengua.


Mónica Suárez
Estos poemas obtuvieron el 1er lugar en el Sexto Concurso Interno de Poesía del Club de la Pluma del Ganso, México, 2007.

Mar saturnal (2do lugar)

MAR SATURNAL

Mar saturnal,
arenas,
recuerdos febriles,
quereres en vaivén de nave atormentada,
pleamar de pestañas como señuelos,
húmedo placer.
Candente ola de un amanecer lunar.


DETRÁS DE LOS CRISTALES

El viento confía en el estío medieval
de mi cansancio.
Arde en el invierno sin tregua
la madera solidaria con mis huesos
y reza conmigo la oración
sin lluvia fértil que la escuche.

Plena de pasiones vengo y plena de pasiones voy
soy viajera que busca detrás de los cristales
el reflejo de estrellas indigentes
en la vastedad del océano.

Qué importa si no contemplo la taciturna luna
ni la estrella dominante en el cielo inoportuno
si puedo, a cambio, con antorchas en mis manos,
interrogar al mar sobre el tiempo del alba y de la noche.


VINO DE LOS MARES

Un día cualquiera llega el hastío,
hiedra pegada a nuestra espalda,
guardiana fiel de la amargura,
enredadera solidaria.

Duelen las heridas;
sólo el rumor de alas en la mente
y el vino rojo de los mares
alejan la locura del instante
perdido en espirales de memoria.


LLUVIA PRIMIGENIA

Es abril y sólo abril puede saber el sabor de un beso
y el vago deseo que se insinúa en la piel
cuando la lluvia primigenia cubre el almendro
y el huele de noche hace que el viento traiga
cantos de gaviotas extraviadas, acento de trinos,
nostalgia de arena, antojo de gitanos en viaje lunar.
Es abril aunque el otoño sea.


DILUVIO

La noche llora sin cesar
anega la calma y despierta
inquietudes que alarman la fe.
Gotas de lluvia danzan como amuletos,
anuncian trofeos de pantanos.
La luna se agita con historias perdidas:
marchita el silencio,
despierta lejanos diluvios
y rescata espejos olvidados.

La noche gotea el sueño,
narra el pasado.


OASIS

Soy esa mujer:
la que surca sin miedo al castigo
horizontes prohibidos, lejanos.
Viajo sin medir el rumbo.
Llegará el momento de esparcir el llanto
y sobre mis cenizas el verde olivo.

A los antiguos retos que me visten
canto mis soledades.
Confío mis secretos a los viajeros
que como yo, llegan al oasis
y buscan higos maduros para saciar
el deseo crepitante de los sueños.
María Ella Gómez Rivero
Estos poemas obtuvieron el 2do lugar en el Sexto Concurso Interno de Poesía del Club de la Pluma del Ganso, México, 2007.

Otoño oficiante (3er lugar)

Otoño oficiante

Una vez y otra, la lluvia se llueve en mi estero.
Adversas voces construyen ventanas ovales
tras la silueta de un viento que despoja lamentos,
llanto perpetuo de tierra aterida, de hojas y ojos desnuda,
piel ceniza y vencida en los brazos de un otoño oficiante.
Muero entre intensos lilas, en las últimas gotas de sedientos surcos,
mueren mis ojos tras la rasgada cortina,
cuchillo de luz que despide la tarde reptando en mi cuerpo,
alas de mariposa rebelde, lluvia interior, vaho en la ventana.

Soy luna madura de piel deshilada.


Cirios celebrantes

Mis horas atraviesan el memorial de los días
son carta astral que se apostó en el tiempo
me regalan puños de alpiste y cantos de gorriones
aceras húmedas de corazones arrinconados
pasajeros que perdieron el destino de las aves
un cuenco abierto donde nacen las pasiones
una lluvia impertinente donde conjuran los cielos acerados
una casa y sus ventanas que pintan al oeste malva
aquí donde la noche templa en el fuego las caricias
aquí donde los cuerpos son cirios celebrantes
y un poema que asoma por la puerta siempre abierta.


Noche extensa

Entonces era suficiente descansar la lujuria del instante
Bastaba con un beso y recorrer fatigados espacios
acunar tu piel y dormir los murmullos de la noche extensa
Los dedos escapaban detrás de los símbolos floridos
y de párpado en párpado los labios oscurecían los prodigios
Bastaba el destello de sol ungido en la ansiosa caracola
y ser húmeda medusa entre tus piernas
para luego buscar la aurora derramada en los cristales
y encontrar la fronda en donde Dios nos eterniza.


Naturaleza muerta

No saboreas los árboles que caminan esta mañana junto a mí
ni la sombra que cubre mis caderas al ritmo de mis pasos
ni las hojas pisadas que dejaron las huellas navegantes
o la burlona sonrisa de vereda que desdibuja lo perfecto
o la hiedra que fragmenta la luz en filigranas
la que sucumbre en mi cintura y extensiona tus besos

Es una lástima tenerte y no tenerte en este instante
cada piedra te llama y es la llama permanente
en cada ráfaga la voz sucumbe y no la escuchas
que pena con el sauce que se agita y me susurra

En esta mañana de verano incorregible
En esta humedad que refugia mi cuerpo
En la perdida ruta por la que te has marchado


Horizontes febriles

El vaivén incansable de los días enclaustra mi llanto peregrino.
Mi llanro refugiado en los arcos de la noche se extingue con la aurora,
no asoma al camino por donde piso, se oculta tras la negación de la esfera
y con nudos de sortilegios ata mis manos y sumerge mi rostro en agua turbia,
los ojos permanecen más allá de los páramos, más allá de febriles horizontes.

Tengo algunos lutos guardados, que no he podido teñir de mariposas blancas.


Detrás de las piedras

Que no veamos los corrompidos ríos que inundan la madrugada ficticia,
ni ese sol nuestro que se arranca avergonzado de la calle ardiente,
mira la bestia destazada y los bronces derrumbados, la vergüenza detrás de las piedras,
mira esa mujer de llanto con una mano pequeña inerte entre las suyas.
Y yo, sin nada, con ojos de arena postrados,
con migas ácimas que permanecen en la mesa
con la copa avinagrada entre mis dedos,
perversos pétalos negros lloviendo en los presagios
y desde el fondo de un charco un rumor de luto.

Tapiemos las ventanas, que no entre ese olor a muerte.

Ma. Eugenia Rodríguez Gaitán
Estos poemas obtuvieron el 3er lugar en el Sexto Concurso Interno de Poesía del Club de la Pluma del Ganso, México, 2007.

Tu sombra en la huella de mis dedos

Los grises callejones de mi tiempo
se abren a tus latitudes
calendario accidentado donde mis latidos
cimbran los oídos de la noche
desvanecida noche entre tus manos
liquida noche en tus besos fugitivos
en tu idioma sin reversos
tu mirada desnuda
y el fuego que florea mi desnudez
con respiración tejida a dos alientos
hasta alcanzar los rincones
de la fábula etérea
donde escalamos riscos inéditos
consigna oculta del rito
para bajar en caída libre al abismo

Mi tiempo se cierra en tus manos
se filtra en la creación de tus dedos
en el tacto que despierta huracanes
y me lleva a la isla de tu cuerpo
con promesas de naufragio
y caramelos del norte en las yemas de mis dedos
diluyendo
derritiendo caricias
como dulces en la lengua
manos que recorren conocidos territorios
en cuerpos renovados
ligeras manos en ligera danza
protocolo del momento acariciado
en tocamientos de instantes
a caricias concebidos

Mi tiempo se abre al espacio de tus labios
manecillas exactas
rigurosa demanda de maduros frutos
sube viene va
de tu boca a tu frente
de tu barba a tu mejilla
de tus pestañas a tus ojos
a tu boca infinita
al beso que gasta las apuestas perdidas
en otros besos que mordieron la respiración
desamparadas bocas
desesperada búsqueda en trémulos labios
alivio de besos
armas que abren la última herida
células escondidas del secreto

En la brasa de tu pulso
mi tiempo se desliza
en la agudez de tus muslos afilados
los anónimos rincones de mi cuerpo
se nombran espacios conocidos
cuevas editadas rincones prodigiosos
morena selva al tacto de mis lobos dedos
que abren las fauces y asoman los colmillos
para atrapar en ardiente caza
el severo deseo
que sale por los ojos de las fieras de tu cuerpo
y gozar
el osado gozo
la razón elegida
la lesión que nos abrirá la distancia

Los instantes de tu sombra
en la huella de mis dedos
levantan laberintos
siluetas transparentes
asaltando los colores
asociando recuerdos con soledades
ausencias perdidas
tormentas blancas
que se arremolinan en las manos
y te buscan
como fieras voraces
en las paredes del vacío
donde tu perfil invisible me nombra
llama mi rostro atardecido
y me deja inéditos los ojos

Mi tiempo sabe al aceite de tu cuerpo
al doble deseo que descansa en mi espalda
a manzana
manzana verde pero dulce
ruborizada manzana de corazón abierto
asaltada pulpa mi carne
lleva a cuestas el peso de tus caricias
sin culpa ni disculpa ni pecado
lleva palmo a palmo el acento
el vocabulario de los anhelos vencidos
la vocación del deseo de tu carne
de tu cuerpo masculino
desnudo
absoluto
mío.

Nataly Montiel
"Tu sombra en la huella de mis dedos" obtuvo Mención del Jurado en el Sexto Concurso Interno de Poesía del Club de la Pluma del Ganso, México, 2007.

domingo, 4 de marzo de 2007

Luz anclada

Ahora sé por qué es triste
el amarillo de las bombillas.
Por fin recuerdo la causa puntual
de la tristeza
fijada para siempre en esa luz anclada
al movimiento brutal
que me destruyó de un golpe
la inocencia.

Mónica Suárez
Poema publicado en Revista La Pluma del Ganso, Año XI, No. 46, marzo-mayo de 2007, México, D.F., p. 24.

sábado, 3 de marzo de 2007

Ánfora

Llegó el alba, al fin, con su equipaje
la espera en el andén termina en tu mirada
y la esperanza, fresca hierba,
ronronea a mis pies como recuerdo.

Entre tus dedos se debate mi piel
en rebeldes caricias que destejen la ausencia.

No extraño más el abrazo azul de la niebla:
ánfora de agua a mi desierto eres
alianza perpetua con mi origen
dios atrapado entre mis huesos
cuchillo penetrado en mis entrañas.

Ma. Eugenia Rodríguez Gaitán
Poema incluído en Antología Internacional de Poesía Amorosa. Compilación de Santiago Risso, Alejo Ediciones, Lima, Perú, 2006. Se tiraron 10 mil ejemplares.