martes, 20 de marzo de 2007

Laura Luna (1er lugar, cuento)


-La noche en que naciste, te comiste a la luna, por eso tienes esos ojos tan grandes -le había dicho su madre desde niña.

-Ayer volviste a caminar dormida. Te encontré en el patio. Por las noches tendré que echarle llave al zaguán, no te vayas a salir un día y te pase algo. Francamente no sé de dónde sacaste lo sonámbulo: en mi familia no hay ninguno, tampoco en la de tu padre que yo sepa. ¡Y ya ves, todos tus hermanos son normales!

Laura no escuchaba ya la voz de Mercedes, recordaba la enorme masa blanca resbalándose por su cuerpo, el fino polvo húmedo, la claridad azulada componiendo infinidad de nuevas melodías.

-Apúrate con esos platos, no tengo donde poner los otros. ¡Laura! ¿Otra vez soñando despierta? ¡Ay niña, no sé a quién saliste!

Laura podía pasar las noches enteras frente a la ventana abierta de su cuarto mirando el disco de plata, su halo apenas perceptible danzando suavemente en el fondo azulado, podía sentir aquel cosquilleo que siempre la hacía estornudar.

Algunas noches la luna no se veía, en esas ocasiones cerraba los ojos y en su interior rodaba: lenta, fresca, brillante. ¡Si pudiera regresar a ella!, sería feliz. El mundo le era ajeno, sólo una sucesión de minutos sin sentido, un lugar absurdo en donde la gente parecía perdida.

-¡Ay, comadre! No sé qué le pasa. Siempre ha sido muy rara, desde chiquita era diferente. Ya ve lo que pasó en la primaria, sus maestros pensaban que algo andaba mal con ella, no era buena alumna, su maestra de tercer año nos dijo que toda la vida estaba distraída. A veces me arrepiento de no haberle hecho caso de meterla a una escuela especial; pero, José y yo pensamos que simplemente no tenía cabeza para la escuela, a muchos les pasa y no están enfermos. ¡Me preocupa tanto! No se crea, bien que me doy cuenta de lo que dice la gente y la verdad es que muchas veces yo también creo que está loca, hasta sus hermanos la rechazan. No se comporta como cualquier muchacha de su edad. Ya tiene dieciséis años y no le llaman la atención los muchachos ni los vestidos bonitos ni las fiestas, casi ni sale. Además, me da pena hasta decirle; pero por las noches, la he visto varias veces en el patio con la boca y los brazos abiertos hacia arriba, como si esperara algo. Cuando era niña, le decía de juego que cuando nació se comió a la luna; la tonta se lo creyó, me imagino. A veces me siento culpable. Aunque la verdad es que, fíjese usted: cuando ella nació pasó algo extraño. Esa noche había una luna tan grande que parecía estar adentro del cuarto, encima de mí, lo recuerdo bien porque me asusté. El parto fue tardado y doloroso, como si la niña no quisiera salir, la sentía encajárseme entre las costillas, muy arriba y cuando por fin la criatura salió, vi a la luz de aquella luna tan blanca, como que le faltaba el aire y luego vi clarito, le juro, comadre, clarito, como una nubecilla de aquel polvo blancuzco se le metió por la boquita y los ojitos, porque Laura nació con los ojos abiertos, bien abiertos, y fue hasta entonces cuando soltó el chillido, fue algo muy raro. A lo mejor nada más fue una figuración; pero nunca se lo conté a José, ni a nadie. La verdad, comadrita, ya no sé qué hacer con ella, cada vez me da más miedo.

Tenía meses que Mercedes evitaba salir con ella, pues también para los vecinos su hija era una enferma. Mercedes, se sentía señalada: la locura de su hija la llenaba de culpa, de vergüenza. Tanto ella como José pensaban con tristeza que su hija jamás podría llevar una vida normal. Cada día que pasaba Laura se mostraba más retraída y las escapadas nocturnas eran tan frecuentes que debieron turnarse para vigilarla por miedo a que le sucediera algo o provocara algún accidente.

La tarde en que fueron por ella, Laura repasaba, con las puntas de los dedos el contorno de la luna en un libro de geografía. Oyó detenerse una sirena en frente de la casa, al principio no le prestó atención; su madre la miró de forma extraña, parecía nerviosa, exaltada. No obstante, Laura permaneció tranquila con el libro en las piernas. Cuando dos hombres la sacaron de su casa, Mercedes le aseguró: Es por tu bien, vamos a ir a visitarte.

En aquel horrible lugar los días eran eternos. Pronto comprendió que era distinta hasta de las locas: sus miradas perdidas; las frases incoherentes que de pronto surgían entre sus gritos, la espantaban; sobre todo cuando aquellas crisis se transformaban en violentos ataques que se estrellaban como olas embravecidas contra arrecifes invisibles. Aquel sitio perturbador le causaba pánico; sin embargo, había logrado construir un mundo propio. Se aislaba lo más posible; muchas veces lograba engañar a las cuidadoras y no tomaba los medicamentos; constantemente se fingía dormida: cerraba los ojos y se aferraba a lo único conocido: el mar blancuzco rodando por su cuerpo, entremezclándose en sus pulmones, tranquilizante, frío como nube deshebrada en donde podía refugiarse hasta la noche, entonces todo cobraba sentido pese a los pasillos sucios, estrechos, mal olientes; las camas casi una encima de la otra; los gemidos de sus compañeras delirantes; la malla de alambre cubriendo las ventanas; la estrecha vigilancia; el temor a ser descubierta mientras se bañaba de luna en un reducido patio, del cual había robado una llave, mientras se la bebía o la acariciaba escapando del encierro, venciéndolo porque se iba lejos de allí, de ese tiempo, del espanto, del dolor que le provocaba el que sus padres la hubieran abandonado allí.

A veces, un pensamiento martillaba su cabeza: Tal vez mis padres tuvieron razón al recluirme por tener a la luna adentro, después de todo por qué más pudieron encerrarme, abandonarme en un lugar como éste. Nunca hice daño a nadie. Sólo soy diferente: la gente no quiere a las personas distintas, por eso estoy con las locas. La diferencia es peligrosa.

Lentamente el tiempo fue perdiendo su forma, los días se repetían sin fecha, iguales unos a otros en aquella pesadilla. El consuelo siempre se ocultaba en las noches, lejos de las manecillas absurdas de los relojes, de los sueños moribundos. No supo cuanto tiempo pasó allí.

Cuando regresó a su casa, comprobó que sin duda había sido mucho. Ella también había cambiado: su rostro endurecido por las experiencias vividas durante el encierro carecía ya de la tez suave, lustrosa; las curvas de su cuerpo no eran firmes; además todo había cambiado, sus hermanos se habían ido. Mercedes se hallaba postrada, envejecida, muy grave. Su padre se notaba cansado, parecía ser el único arrepentido por haber dejado que la llevaran al manicomio.

-Tengo a la luna dentro y no estoy loca –José la miró con sobresalto, mas no dijo nada. Jamás volvería a internarla aunque estuviera loca de remate. En cuyo caso, su locura parecía inofensiva, casi graciosa.

-La noche en que naciste, te comiste a la luna –su madre siempre se lo había dicho, ahora no podía hablar más, estaba como dormida dentro del ataúd gris perla: Mercedes callaría para siempre.

Las voces la arrancaron de sus pensamientos. El olor perfumado de los cirios, el café y el humo de los cigarrillos formaban un enjambre irrespirable. Laura hizo un gesto violento con las manos: como si quisiera arrancarse del cuerpo el ambiente pesado lo mismo que una losa. Todos estaban allí, sus cuatro hermanos con sus respectivas familias, su padre: todos la miraron fijamente, en sus ojos pudo leer el temor, la repulsión que les causaba. Sus miradas le oprimieron el pecho.

Necesitaba aire.

En silencio salió al patio de su infancia. Peinó el cielo con la mirada en busca del disco gigante y natural de la noche, sin embargo, no pudo hallarlo: cerró los ojos; el cansancio; la soledad de tantos años estallaron en un gemido. Por primera vez se sintió abandonada por lo único cierto para ella: era como si su luz se hubiera apagado de repente. Una lágrima se asomó entre sus párpados apretados.

Cuando regresó a donde yacía Mercedes, todos la vieron con espanto. Ella no se detuvo, pasó de largo sin mirar a nadie, en sus labios pálidos vibraba una sonrisa: nadie volvería a llamarla loca. Con lentitud abrió el ataúd y colocó sobre el pecho de su madre, un trozo brillante, pulido, de la luna que derramara momentos antes.

Mónica Suárez
"Laura Luna" obtuvo el 1er lugar del Sexto Concurso Interno de Cuento del Club de la Pluma del Ganso, México, 2007.

2 comentarios:

Ángeles Varea dijo...

Muchísimas Felicidades, espero que el éxito se vea refrendado muchas veces más, el cuento es hermoso. Felicita a tus otras compañeras de Cartago.

Angeles Varea

Anónimo dijo...

ME ENCANTA EL CUENTO Y HA SIDO UNA CASUALIDAD LEERLO PUES MI HIJA DE DOS AÑOS SE LLAMA COMO LA PROTAGONISTA DEL CUENTO Y ELLA TAMBIEN ES ESPECIAL,ENHORABUENA.