martes, 20 de marzo de 2007

Todo es de fuego (1er lugar)

Todo es de fuego

I

Fuego:
otra vez las llamas
que se estiran
hasta alcanzar
la carne con sus lenguas.
Estructura de huesos
se calcina:
todo se desquebraja
y es ceniza.
Dentro de mí
surge el incendio.

II

Soledad de fuego
cenizas vierte,
llama que lame desconsuelo,
aire caliente,
llaga en el sueño,
brazos inertes.
Soledad de duelo
fuego me prende.

III

Ardo:
arden la piel y los recuerdos,
las brasas de los ojos que aún te miran.
Arde el silencio
en las palabras consumidas,
la pira de la lengua y el aliento,
el contorno de los labios, las mejillas.
Arde el órgano del pecho
con el cristal de tu nombre que se quiebra.
Arden todos los ángulos del cuerpo
y el alma que se escurre en sus orillas:
todo es de fuego
y ardo, hasta dormirme en la ceniza.


Temor de ser ave

Hay quien se espanta de ser pájaro,
de remontar los aires con las manos mutiladas
y en su lugar oscuras alas
regadas con la sangre del poema.

Hay quien le teme al pico curvo y carroñero
que hurga entre las vísceras del cielo
y en el infierno de ser rapiña y ave
sólo puede alimentarse de su verbo.

Hay quien se asusta del ruido de sus alas
cuando camina como albatros torpe y fiero
sin atreverse a deshojar el aire alterno
con graves aletazos de su verso.


Noche infinita

Qué tristeza sin centro deambula en las esquinas,
aletea en el viento estacionado,
en el coágulo de luz que se consume a sí mismo.

Qué triste lápida inicia este cortejo,
esta muerte metódica y precisa,
este golpear de ola en el recuerdo
de la soledad del mar de los espejos
que se resiste a ahogarse en la agonía.

Qué tristeza ha anidado en el hueco del pecho,
en la cuenca del ojo que carece de luna
y se convierte en noche perpetua
sin que ninguna luz bese su frente oscura.


Déjale entrar

Te llama,
desde la lluvia perpetua del diluvio,
desde el enjambre de estrellas que no alcanza.

Pinta su piel con tu silencio ardiente.
Es un ángel de fuego que te marca
con el pincel dorado de sus ojos
y ahoga su sed doliente entre tus labios.

Déjale entrar, franquear la sombra
de tu mortal y frágil paraíso.


La palabra

I

La palabra me brinda
el placer de rondarte.
Si mi piel fuera tinta
que pudiera marcarte
y mis ojos los libros
que en las noches abrieras,
me volvería alfabeto
para que me leyeras.

II

La palabra me apresa
y me da libertades.
Quién pudiera ser signo
que tu boca eligiera,
qué papel no sería yo
si tu pluma escribiera
la verdad de mi vida
con tu firma y tu huella.

III

Me convertiría en índice
de tus noches hambrientas,
pero soy sólo letra
que no incendia tu lengua.


Mónica Suárez
Estos poemas obtuvieron el 1er lugar en el Sexto Concurso Interno de Poesía del Club de la Pluma del Ganso, México, 2007.

1 comentario:

Ángeles Varea dijo...

No tengas miedo de los fuegos que se transforman en alas, que te sirvan para volar mucho.