martes, 20 de marzo de 2007

Otoño oficiante (3er lugar)

Otoño oficiante

Una vez y otra, la lluvia se llueve en mi estero.
Adversas voces construyen ventanas ovales
tras la silueta de un viento que despoja lamentos,
llanto perpetuo de tierra aterida, de hojas y ojos desnuda,
piel ceniza y vencida en los brazos de un otoño oficiante.
Muero entre intensos lilas, en las últimas gotas de sedientos surcos,
mueren mis ojos tras la rasgada cortina,
cuchillo de luz que despide la tarde reptando en mi cuerpo,
alas de mariposa rebelde, lluvia interior, vaho en la ventana.

Soy luna madura de piel deshilada.


Cirios celebrantes

Mis horas atraviesan el memorial de los días
son carta astral que se apostó en el tiempo
me regalan puños de alpiste y cantos de gorriones
aceras húmedas de corazones arrinconados
pasajeros que perdieron el destino de las aves
un cuenco abierto donde nacen las pasiones
una lluvia impertinente donde conjuran los cielos acerados
una casa y sus ventanas que pintan al oeste malva
aquí donde la noche templa en el fuego las caricias
aquí donde los cuerpos son cirios celebrantes
y un poema que asoma por la puerta siempre abierta.


Noche extensa

Entonces era suficiente descansar la lujuria del instante
Bastaba con un beso y recorrer fatigados espacios
acunar tu piel y dormir los murmullos de la noche extensa
Los dedos escapaban detrás de los símbolos floridos
y de párpado en párpado los labios oscurecían los prodigios
Bastaba el destello de sol ungido en la ansiosa caracola
y ser húmeda medusa entre tus piernas
para luego buscar la aurora derramada en los cristales
y encontrar la fronda en donde Dios nos eterniza.


Naturaleza muerta

No saboreas los árboles que caminan esta mañana junto a mí
ni la sombra que cubre mis caderas al ritmo de mis pasos
ni las hojas pisadas que dejaron las huellas navegantes
o la burlona sonrisa de vereda que desdibuja lo perfecto
o la hiedra que fragmenta la luz en filigranas
la que sucumbre en mi cintura y extensiona tus besos

Es una lástima tenerte y no tenerte en este instante
cada piedra te llama y es la llama permanente
en cada ráfaga la voz sucumbe y no la escuchas
que pena con el sauce que se agita y me susurra

En esta mañana de verano incorregible
En esta humedad que refugia mi cuerpo
En la perdida ruta por la que te has marchado


Horizontes febriles

El vaivén incansable de los días enclaustra mi llanto peregrino.
Mi llanro refugiado en los arcos de la noche se extingue con la aurora,
no asoma al camino por donde piso, se oculta tras la negación de la esfera
y con nudos de sortilegios ata mis manos y sumerge mi rostro en agua turbia,
los ojos permanecen más allá de los páramos, más allá de febriles horizontes.

Tengo algunos lutos guardados, que no he podido teñir de mariposas blancas.


Detrás de las piedras

Que no veamos los corrompidos ríos que inundan la madrugada ficticia,
ni ese sol nuestro que se arranca avergonzado de la calle ardiente,
mira la bestia destazada y los bronces derrumbados, la vergüenza detrás de las piedras,
mira esa mujer de llanto con una mano pequeña inerte entre las suyas.
Y yo, sin nada, con ojos de arena postrados,
con migas ácimas que permanecen en la mesa
con la copa avinagrada entre mis dedos,
perversos pétalos negros lloviendo en los presagios
y desde el fondo de un charco un rumor de luto.

Tapiemos las ventanas, que no entre ese olor a muerte.

Ma. Eugenia Rodríguez Gaitán
Estos poemas obtuvieron el 3er lugar en el Sexto Concurso Interno de Poesía del Club de la Pluma del Ganso, México, 2007.

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